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sábado, 27 de septiembre de 2008

UN POEMA DESDE FORMOSA...

PILAGÁ

Un monte originario me nubla la llanura,
Me estremece su trueno, me salva la alborada.
Voy a tu encuentro mi tierra silenciosa,
Pedacito de pan, niño cobrizo, sonrisa eterna,
ojos desconfiados de ancestral mirada.
Te llamo por tu nombre hijo de la tierra.

Tu madre enredó sus manos en hilados de soles
En cántaros de greda de secretos antiguos.
Dobló su espalda de leña acumulada
Abrazando fuegos perdidos en la tierra.
Se alejó callada, te dejó sus cuentos
cuando atardecía en su vejez dorada.

Tu padre pegó soles de bárbaros hacheros
Allá en los ingenios de trabajo por nada.
Todo se hizo invisible, territorio de ciegos,
Un tren hacia la nada y volvías harapiento
para intentar de nuevo el mundo de tus hijos,
ese que te enseñaron, ese que nunca ha muerto.

Perfumes de esta tierra, Formosa misteriosa.
Aroma a palo santo, recuerdos del quebracho.
Rayo de luz del monte, lo que los hombres niegan,
volvamos la mirada a tu mundo de estrellas,
de duendes en relatos, de soles y sudores.
Gritemos que están vivos hermanos cazadores.


No pudieron las balas ni la pasión o el odio.
Tampoco las miradas de invisibles escudos.
Roja quedó la tierra, que entregaba a sus hijos
en un octubre amargo de abuelos combatidos.
La vida abrió picadas por montes silenciosos
Allí en la espesura se rebeló en tus hijos.

Originario del rio, los frutos y los peces,
familias aferradas a simples armonías.
Desatemos los vientos, volvamos la mirada
hacia las cosas nuestras, territorio de sol,
de lunas que no alcanzan a calmar la sed
de ave aprisionada, de tierra pilagá, eternamente viva.
Luis Zapiola